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Honor en La Albuera

En 1811, los escasos hispanos al mando de José de Zayas resistieron heroicamente el ataque de más de 14.000 franceses hasta la llegada de sus compañeros.

La batalla de La Albuera

La gran actuación de Zayas se dio en la batalla de La Albuera, acaecida el 16 de mayo de 1811 en Badajoz frente a un río con el mismo nombre. Aquella jornada formaba parte de los 32.000 soldados ingleses, portugueses, alemanes y españoles dispuestos a enfrentarse al ejército de Napoleón. Nuestro protagonista se hallaba bajo la protección y mando de William Beresford, uno de los británicos enviados por su gobierno para detener el avance galo en la Vieja Europa. La contienda comenzó a las ocho de la mañana, cuando los galos hicieron su aparición y, para sorpresa de todos, se dispusieron a combatir solo contra el flanco izquierdo del contingente combinado.

Por desgracia, todo era una trampa. Cuando Beresford ordenó a sus hombres vascular hacia el flanco en apoyo del resto de fuerzas, dio comienzo el verdadero plan del mariscal Soult, subalterno de Bonaparte, director de aquella orquesta de fusiles y empecinado en hacerse con la Península. El galo, avispado, había ordenado a una buena parte de sus hombres que se mantuvieran ocultos y que, llegado el momento (cuando el enemigo desplazara a sus tropas) asaltaran el desprotegido flanco derecho del contingente combinado.Por desgracia, todo era una trampa. Cuando Beresford ordenó a sus hombres vascular hacia el flanco en apoyo del resto de fuerzas, dio comienzo el verdadero plan del mariscal Soult, subalterno de Bonaparte, director de aquella orquesta de fusiles y empecinado en hacerse con la Península. El galo, avispado, había ordenado a una buena parte de sus hombres que se mantuvieran ocultos y que, llegado el momento (cuando el enemigo desplazara a sus tropas) asaltaran el desprotegido flanco derecho del contingente combinado.

La estratagema no terminó de dar resultado gracias un oficial alemán del ejército aliado que vio retazos de unidades francesas escondidos en la lejanía y alertó a Beresford. Este, sin poder dar crédito a lo ocurrido, ordenó a su línea reorganizarse y dirigirse a toda bota hacia el flanco desprotegido. Pero ya era demasiado tarde, pues Soult había iniciado su marcha con el grueso de sus fuerzas hacia las unidades del extremo derecho.

Los oficiales aliados giraron sus cabezas hacia el flanco derecho para descubrir que únicamente cuatro batallones de la División comandada por Zayas (unos 3.500 hombres aproximadamente) se encontraban en posición para dar de balazos a los franceses y resistir hasta la llegada de sus compañeros. De ellos dependía la batalla, ya que, si los gabachos les arrasaban, atacarían luego a las descolocadas unidades británicas que acudían en su ayuda.

Los franceses, por su parte, cargaron con nada menos que 14.000 soldados (entre los que se destacaron varios regimientos de caballería). Para los españoles de Zayas parecía que la única forma de salir de allí era con un balazo en la sien. Con todo, el valor es capaz en ocasiones de vencer a la superioridad numérica; y más si es acompañado de una mala decisión… Y es que Soult, creyendo que sería sencillo acabar con nuestros escasos compatriotas, decidió enviar únicamente a una división –la de Girard- contra ellos. Su intención era dejar en reserva un contingente lo suficientemente potente como para enfrentarse a cualquier aliado que pudiera acercarse.

A pesar de ello, las fuerzas francesas que se disponían a entablar combate seguían superando a los hombres de Zayas. «Su ataque fue violentísimo, secundado por una gran masa de artillería. Se produjo un intenso tiroteo entre los franceses y los españoles, que lucharon tenazmente y resistieron el embate francés. El combate se desarrolló a unos 50 metros de distancia, y el número de bajas fue enorme El resultado de este primer asalto se saldó con gran número de bajas por ambas partes, resultando batida la vanguardia francesa. Los atacantes franceses sufrieron más del 40% de bajas en esta primera media hora, y los defensores españoles alrededor del 30%», señalan Juan Vázquez y Lucas Molina en su obra «Grandes batallas de Españolas».

Tras varios y largos minutos de batalla en la que los españoles resistieron contra todo pronóstico y de forma heroica el asalto de los fusileros y tiradores franceses, llegaron los infantes británicos. Estos, sin embargo, fueron recibidos a tiros por los soldados de Zayas que, en el fragor de la batalla, no acertaban a conocer entre amigos y enemigos y solo pensaban en descargar munición contra todo aquel que estuviera armado y se dirigiera hacia ellos. A pesar de la confusión, cuando la esperpéntica situación estuvo aclarada, los españoles fueron relevados y enviados a reorganizarse justo en el momento en que los galos lanzaban su segundo ataque. Después, y lejos de querer perderse la contienda, volvieron a la lucha más decididos que nunca.

Después de ver a los escasos defensores españoles resistir un ataque de tal envergadura, la heroicidad debió henchir el pecho de Beresford, que ordenó a varias unidades británicas atacar el flanco izquierdo enemigo. Estas, a base de fusilazos, cumplieron su objetivo, aunque a costa de multitud de bajas. A su vez, la situación de estos hombres se recrudeció cuando descubrieron que, aunque habían detenido a los galos, habían quedado expuestos en campo abierto. Soult no lo dudó y, con desesperación en los ojos por no poder atravesar las defensas enemigas, envió a su caballería, la cual pasó a sable y lanza a los hombres de Su Majestad.

«A continuación, embriagados por su éxito, los (jinetes franceses) se lanzaron a por la retaguardia española, amenazando al propio Beresford. El despliegue español en dos líneas demostró su valía, al lograr repeler ese ataque mientras que Zayas, meritoriamente, afrontaba el nuevo ataque son dejar de disparar sobre las tropas de Girard, acción que muy probablemente salvó al ejército aliado de la destrucción», completan Vázquez y Molina. Superados por unos soldados que consideraba inferiores, Soult no pudo hacer otra cosa más que dar la vuelta a su caballo y abandonar el campo de batalla.

Mapa de la batalla, del libro History of the
War in the Peninsula
, de William Napier